dilluns, 29 de setembre del 2008

El corredor bajo la moqueta bajo la capa de mugre

Atravesó reptando el largo pasillo. Le costaba moverse debido a la gruesa capa de moho que había sobre la ennegrecida moqueta. Avanzó unos pocos metros más atravesando un enorme borrón de tinta china que olía como huelen cincuenta litros de vino de garnacha rancios. Es decir, un olor desagradable para cualquier persona. Pero él no era de esa pasta. Levantó la mirada y divisó un bonito y cuidado espejo del siglo XVIII. Era un tanto barroco, pero le gustó. En pocos segundos se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo y su preciada sangre mirando banalidades como ese cristal agrietado.

Siguió, y de pronto notó una suave brisa matinal que entraba por el ventanal abierto de par en par. Se apartó ya que vio cómo entraba un trozo de papel del tamaño de su cabeza más o menos. Su cabeza era normal de tamaño. Nunca había tenido complejo por su aspecto físico y menos por eso. Os podréis imaginar el tamaño si os palpáis vuestra cabeza los que la tengáis de un tamaño común, entre la media. De ese tamaño era el arrugado y acartonado papel. Se preguntó a sí mismo qué hacía comparando el tamaño de su cabeza con la nota que había entrado volando, y también se preguntó por qué oía una voz que repetía lo que pensaba pero en un idioma extranjero. Seguramente se estaba volviendo loco, pero eso no importaba. Y tampoco el tamaño de ningún objeto. Tenía que lograr llegar al salón y coger el teléfono.

Pero la hoja de papel estaba decidida a darle el viaje. Por incómodo que fuera, como una mosca que revolotea frente a tu pantalla de plasma high definition de 38 pulgadas o un mosquito que emite su molesto zumbido a escasos milímetros de tu oído interno, acabó sintiendo un aprecio o cariño especial por ese folio hecho migajas. Finalmente reunió las fuerzas suficientes para levantar su miembro superior y parcialmente el tronco y lo agarró en pleno vuelo. Comenzó a leer. Era algo muy raro. No entendía una palabra. Probablemente a alguno de los soldados soviéticos en la segunda guerra mundial se le cayó el manual de instrucciones de su AK-95 y había ido a parar a las manos del hombre que ahora se desangraba rápidamente sobre el pasillo de una gran casa que se restauró alguna vez, de estilo modernista, frente a un espejo barroco. Sea lo que fuere, ese papel no le imprimía ya ese sentimiento acalorado de paz. Ahora le inspiró nerviosismo. Entró sin más dilación al salón y localizó el teléfono rojo. Lo agarró y al ir a marcar los números descubrió algo que le hizo proferir un desgarrador grito. Los números del teléfono coincidían con los símbolos de la nota encontrada en la estancia anterior.

Fue a buscar la nota al pasillo, pero no estaba. No sólo no halló el papel descolorido, sino que habían desaparecido también los rastros de su sangre, la mancha de tinta… La ventana ya no estaba. En su lugar vio un fondo de color blanco. Buscó en el mueble junto al espejo, y a tientas encontró un objeto. Se lo acercó a la garganta y comenzó a brotar más sangre de su cuello. El abrecartas de acero dio un golpe acompañado un ruido metálico al caer sobre el frío suelo, donde antes estaba la moqueta, y ese hombre pudo ver por última vez sus ojos de diablo.



Publicado en un foro por jalsimoo. Usease, servidor.